Biografía de Josefina Manresa Marhuenda
Ya había escrito con anterioridad una entrada dedicada a esta, para mí, gran mujer en el blog. Hoy sábado día 30 de octubre se cumplen 100 años del nacimiento de Miguel Hernández. Quiero, desde el respeto, dar voz a su esposa. Por eso esta biografía, pequeña, basada en el libro que publicó Josefina Manresa en vida titulado Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández.
Quesada fue la tierra que me vio nacer, y de Jaén, andaluza, me consideré siempre, durante toda mi vida. Mi padre era guardia civil y allí estaba destinado cuando vine a este mundo.
En el año 1927 nos trasladamos a Orihuela, donde nacieron el resto de mis hermanas y hermanos. De aquella época recuerdo a los niños representando las procesiones, llegamos durante la época de semana santa, con santos hechos de barro. A veces se los compraban al trapero a cambio de trapos o de alpargatas viejas porque los de barro costaban cinco céntimos. Las niñas jugaban a los cromos en las escaleras del cuartel de la guardia civil que años más tarde me verían hablar por las noches con Miguel, cuando me acompañaba a casa. No fue una niñez normal la mía. Debía cuidar de mis hermanas pequeñas y a veces, como niña que era, eso suponía que se llevasen algún que otro golpe. Con once años entré de aprendiza en un taller de costura porque me encantaba coser, pero sólo era la chica de los recados y lo dejé. Así que empecé a ir al colegio. Era un colegio de monjas de la beneficencia y pagaba 5 pesetas mensuales. Estaba en la calle de Santiago y fui durante un año. Por las mañanas aprendíamos la cartilla y por las tardes, labores.
Un año en el colegio, hasta los trece, que comencé a trabajar en una fábrica de seda que había detrás del convento de San Francisco. Tenía que levantarme muy temprano, a las seis de la mañana, para entrar a trabajar a las siete y la mayoría de los días me llevaba la comida, ya que sólo tenía una hora para comer. Muchas tardes después de salir de trabajar entrábamos en el convento, para ver los santos. Después de dos años, dejé la fábrica y entré en un taller para aprender a coser en la misma calle donde nació Miguel. Ahí conocí a Carmen “La Calabacica” y me dijo quién era ese Miguel de quien leí la entrevista que le hicieron en el periódico Estampa, de cuando su primer viaje a Madrid; vi su primer libro, Perito en Lunas, expuesto en el escaparate de la tienda de su amigo Sijé y un día de feria se me acercó, aunque yo le despedí porque era lo que se solía hacer en aquella época cuando un chico se te acercaba y no te lo habían presentado formalmente.
Conocí a otra chica durante este tiempo que también se llamaba Carmen y que pertenecía a varias congregaciones religiosas. Yo no era muy partidaria de ello, pero terminé formando parte de la congregación de las Hijas de María de la Iglesia de Santo Domingo. Cada segundo domingo de mes, a las seis de la mañana, nos confesábamos en el convento de los frailes capuchinos. Después nos dirigíamos a Santo Domingo a oír misa y comulgar, una larga misa de una hora, para por la tarde, volver a escuchar el sermón. Los jueves por la tarde asistía a las novenas, con sus correspondientes aburridos rezos, de la Iglesia de la Merced. Y podría continuar contando asistencias a misas, procesiones y novenas con Carmen, incluso me intentó convencer para que me metiera a monja, pero por ahí no pasé. Todo esto, que a la vista de vuestros ojos puede parecer de una beatitud exagerada, tiene su explicación en el ambiente que se vivía en Orihuela por aquel entonces; había procesión casi todos los domingos y la gente era muy religiosa y muy mirada para según qué cosas.
Dos años más tarde, me puse a coser en un taller de la calle Mayor y aunque me pagaban mejor, trabajábamos mucho. Fue aquí donde Miguel empezó a pretenderme. Aún puedo oír sus pasos resonando por la calle antes de asomarse y mirar dentro del taller. Muchas veces me preguntó mi nombre y muchas veces se lo negué, hasta que un día me entregó un papel doblado en dos con unas letras “Para ti” y tenían la poesía Ser onda oficio niña es de tu pelo. Recuerdo una noche que salimos una amiga y yo a pasear. Todavía era verano y acababan de regar las calles. Había un charco y Miguel y un amigo venían por la misma calle de frente. Se pararon junto a nosotras y mirándome fijamente me dijo: “¿Quiere usted una barca para cruzar?” A mí me hizo gracia, me reí y desde entonces estuvo conmigo, en mi vida, en mi corazón, para siempre. A partir de esa noche me acompañaba hasta la puerta del cuartel.
Nuestra relación fue como la de los novios de entonces llena de recato y lejanía, algo que a Miguel le exasperaba, pero yo no quería estar en boca de nadie ni que me engañaran y aquello era algo muy importante para una chica de entonces, lo único que tenía. Por eso nos distanciamos cuando volvió de vacaciones de uno de sus viajes a Madrid. Pudo más el amor que sentía por mí que todas las luces y aventuras que le ofrecía la capital, duró poco la distancia. Desde aquel enfado ya no volvimos a separarnos y estuvimos unidos hasta que él murió.
Poco importa todas las veces que se ausentara, en sus viajes a Madrid, a Moscú, en las misiones pedagógicas, durante la Guerra… siempre regresaba a su hogar, a lo que él había construido como su hogar. Le gustaba marchar al campo y escribir allí sus poesías, volvía como cambiado, con una expresión angelical.
La vida también nos golpeó. Comenzó la Guerra y recién iniciada mataron a mi padre en Cox. Fue un golpe tan terrible para mi madre que al mes de casarnos Miguel y yo en Orihuela en 1937 falleció mi madre. Estábamos en Jaén de luna de miel, menuda luna de miel, ese era su destino en el frente. Regresé a Cox y me hice cargo de mis hermanas. Estaba ya embarazada de mi primer hijo. Manuel Ramón no llegó a cumplir el año de edad, se marchó antes. El dolor que nos atravesó el alma no puede describirse, nunca nos abandonaría ni a Miguel, ni a mí. Antes de finalizar la guerra llegó para calmar ese gran dolor y llenar ese vacío tan grande Manuel Miguel, nuestro segundo hijo; sin embargo pudo disfrutar poco de su padre.
Cuando finalizó el conflicto, Miguel regresó a Cox. Visitó a su familia en Orihuela y marchó para Sevilla, su intención era abandonar el país hasta que las cosas se calmaran un poco, y así lo hizo pero lo cogieron preso en Portugal. Por un decreto del Gobierno en el que se ponía en libertad a todos los presos indocumentados, que era el caso de Miguel, salió a los cuatro meses y regresó a casa, pero quiso la mala suerte y la confianza ciega de Miguel en la buena fe de la gente que regresase a Orihuela. Allí le cogieron preso gracias a un chivatazo de uno de sus paisanos. Ya no volvió a ser libre nunca más. Aunque fui a verle a la cárcel no quiso que le viera así. Me pedía que le llevase a su hijo, que fuésemos a verle, pero sufría tanto cuando lo hacíamos que no quería que volviésemos. Le despedimos en el andén de la estación de Orihuela cuando le trasladaron a Madrid.
La lucha constante que mantuvo mientras estuvo en prisión fue terrible. Cuando no nos tenía cerca quería que lo estuviésemos y cuando íbamos a verle, quería que no volviéramos. A cada prisión que le trasladaban me pedía Miguel que nos fuésemos a vivir a la ciudad donde estuviera, para estar cerca de él. Los parientes de sus amigos presos nos acogerían sin dudarlo, me aseguraba. Sus amigos con buena situación se encargarían de todo. A veces no podía solucionarlo como él quería, otras no me atrevía yo porque, en aquella época, no me encontraba bien de salud y estaban mis hermanas y mi hijo Manolillo, tampoco me parecía bien vivir con otras personas en nuestra misma situación con los tiempos que corrían, aprovechándonos me parecía a mí. Alguna vez que accedí a trasladarme, las cosas no le salieron como quería y no podía ser. Luego con el tiempo supe que me pedía estos traslados porque pensaba en que estaba sentenciado a pena de muerte, algo que nunca nos contó para evitarnos el sufrimiento. Otras veces lo hizo porque se sentía tan enfermo que pensaba que no podría volver a vernos, cosa que tampoco nos contaba. Incluso cuando le condenaron a treinta años en vez de a la pena capital, nos mintió diciendo que tan sólo serían doce años. Todo para que no sufriéramos. Quedándose todo para él.
Madrid, Palencia, Ocaña, Alicante.
Alicante, su destino final. Estaba ya muy enfermo. Allí me trasladé a casa de su hermana. Permanecí un tiempo. El día de su santo le preparé una comida especial, se la dejé en la cárcel para que se la entregasen, porque no pude verle. Cuando le visité y le pregunté si le había gustado, me dijo que ni siquiera la había recibido. Al poco tiempo hube de regresar a Cox, donde tenía mi trabajo, porque en Alicante no tenía con qué subsistir. Le visitábamos mi hijo y yo siempre que podíamos, incluso cuando más enfermo estaba. No puedo describir la desolación que sentí la mañana del día 28 de marzo de 1942 cuando llegué a entregarle el caldo que le llevaba a primera hora y me lo rechazaron. Ese día se acabaron las visitas.
¡Qué vacío tan grande dejó su muerte! Sin embargo, aprendí a revivirle en sus textos, en sus recuerdos. Cuando enterré a la mitad de mi vida se me vino el mundo abajo. Habíamos sufrido mucho, muchísimo, pero nunca habíamos perdido la esperanza. La vida que viví después de su muerte fue una lucha constante por mantener viva su memoria. Al volver a la normalidad, si es que perder a un ser querido como yo perdí a Miguel, igual que muchas mujeres perdieron a los suyos, te permite volver a la normalidad alguna vez, procuré salvaguardar la obra del artista. En un baúl que heredé de mi madre, donde se guardaba la ropa de cama, intenté mantener al principio los manuscritos que me entregaron algunos compañeros de la cárcel, el retrato que le hizo Antonio Buero Vallejo cuando fueron compañeros de penurias en la cárcel, las cartas que me escribió, otros documentos que me entregó su padre, otros que le pedí a su hermana, los que él había dejado…, pero los registros eran continuos y no quería que los destruyeran. Familiares y amigos que estaban a salvo, a pesar de que en aquel entonces eran pocas las personas que podían estarlo, de sospechas me ayudaron guardándolos. Después de un tiempo volvían al arcón si había algún registro cerca de donde estuvieran guardados. Volvían a salir a otro lugar durante un tiempo para que no pudieran encontrarlo. Incluso llegaron a estar enterrados dentro de un saco en el patio de mi casa. Así logré que la obra de Miguel Hernández no se perdiese en el fuego de la injusticia y la incomprensión.
No conseguí que toda su obra se reuniese, pues hay manuscritos que han permanecido en manos privadas que egoístamente se han creído con derechos que no les corresponden, pero he hecho lo que ha estado a mi alcance. No me aproveché de la obra de Miguel. Sólo la utilicé en beneficio de mis nietos. Recuerdo que cuando Miguel aún pensaba en salir de la cárcel me decía que guardase alguno de los manuscritos de los libros que él más quería porque de ellos podríamos vivir hasta que hubiese otra cosa. “Josefina, cuida de esto, que algún día puede ser el pan de nuestros hijos”.
No salió nunca más y para que ni a mi hijo ni a mí nos pasasen más penurias de las que ya sufríamos cedió y se casó por la iglesia conmigo como le pedían alguno de sus amigos, ya estábamos casados pero los matrimonios habidos durante la República, no valían con el nuevo régimen.
Mi vida fue transcurriendo entre los recuerdos y la lucha contra el olvido, gracias a varios amigos, entre los que hago mención especial a Vicente Aleixandre, hice publicaciones de la obra de Miguel y vi con horror cómo otros las hacían sin permiso y llenas de equivocaciones.
Tuve la desgracia de presenciar la muerte de mi segundo hijo y llegados a ese punto, mi vida ya había sido muy larga. Cuidé de la obra de Miguel, de que su legado no desapareciese, conté mi vida con él, como yo la viví, como él la vivió conmigo, luché por una justicia que no llegó pero que seguro algún día lo hará. Marché en 1987 y si alguien cree que tiene derecho a juzgarme, que lo haga por la época que me tocó vivir, aunque creo que nadie es quien para juzgar a nadie.
BIBLIOGRAFÍA
Recuerdos de la Viuda de Miguel Hernández, Josefina Manresa Marhuenda EDICIONES DE LA TORRE, 1980 2ª Ed.
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Espero no haber herido la sensibilidad de nadie porque no ha sido esa mi intención, todo lo contrario. Me parece de justicia reivindicar la figura de Josefina Manresa porque sin ella probablemente no hubiéramos conocido mucho de lo que conocemos hoy en día sobre el gran poeta Miguel Hernández.
Un saludo. Mila.
Comentarios
Una gran mujer para un gran hombre y viceversa.
Miguel y ella se merecen que la historia no los olvide.
Me alegra verte por aquí, Mila!
Un saludo!
Muchas gracias. Un saludo.
_Te enlazo a mi blog ;)_
Sí, tienes razón, pero ya sabes, este año estamos recordando a Miguel y hay que intentar que no se nos olvide Josefina.
En cuanto acabe me paso por tu entrada de Miguel.
Un saludo!
Bienvenida y gracias por tu comentario. En este post he unido mis dos pasiones, la literatura y la historia de las mujeres asi que tu comentario significa mucho.
Creo que, como señalas, en muchos aspectos Josefina es la gran olvidada de este centenario, asi que espero que pequeños granitos de arena como éste no dejen que así sea.
Un saludo! Mila.
Pero ella será siempre la mujer morena resuelta en lunas y vivirá eternamente en la obra de Miguel Hernández.
Saludos de Campos
Perdona por el retraso, últimamente no tengo muy actualizado el blog, pero de vez en cuando reviso los comentarios. En cuanto pueda me pongo de nuevo en contacto contigo por lo de las fotos. Por cierto, muy buena idea.
Un saludo. Mila.
Saludos
Saludos de Campos