EL AMOR CORTÉS, 2ª Parte


Según Georges Duby, el juego del amor cortés era parecido al ajedrez. La pieza central era la dama, pero estaba siempre atada. ¿Por qué? Ella era la depositaria del honor de su esposo y de la familia, así que no era libre de utilizar su cuerpo como le viniera en gana, siempre había de hacerlo en beneficio de su marido.

Imaginemonos a una de estas damas en su castillo, como dueña y señora de un hogar que no tenía espacio para esconderse de miradas ajenas, que simulaban -perdón por la osadía- las cámaras de Gran Hermano. Un hogar, en el que sus pasos eran seguidos día y noche, como el que no quiere la cosa, como si la persona que vigilaba pasara por allí.

La dama, además, cargaba con la lacra que se les suponía a todas y cada una de las mujeres de la época: eran mentirosas y débiles por naturaleza. Un pequeño desliz, un paso en falso, la más ínfima equivocación, las convertía en culpables del peor de los pecados imaginados, automáticamente.

El juego había de ser jugado con prudencia y discreción, entonces. No sólo por parte de la dama, si no también por parte del caballero, pues aunque puede que los castigos variasen según la persona, si eran descubiertos, eran castigados los dos.

Habían de buscar un lugar secreto donde compartir su intimidad, su "jardín secreto".

Una vez que la dama había aceptado participar en aquel juego, estaba obligada a corresponder las atenciones del caballero, pero con mesura, en pequeñas dosis. Primero un leve roce de las manos, luego un abrazo furtivo, después un beso, más tarde caricias osadas...

Toda esta evolución producía un efecto en el caballero. Ya no se conformaba con adorar a la dama con palabras o gestos, ya comenzaba a soñarse acostado, desnudo, junto a la dama -también desnuda- se sentía autorizado a aprovecharse de esa cercanía. Tal vez por eso se haya tachado la naturaleza del amor cortés como onírica, pues en muchos casos, no se llegaba al contacto físico. Sin embargo, hay historias que sí acaban en él.

Por otra parte, aunque el amor cortés concedía a la mujer un poder indudable, pues podía decidir y, digamos, llevar las cosas a su manera en un principio, ese poder estaba recluido en el campo del juego y de lo imaginario, ir más allá las condenaba.

Un saludo, Mila.

Comentarios

Anabel ha dicho que…
Que tal? Me encantó tu blog, la verdad estoy muy interesada en su contenido, y en todo lo que respecta al lado femenino de la historia.

te inivito a mi blog sobre una reina particular...


un beso enorme!! un placer.
Mila ha dicho que…
Gracias Anabel, visité tu blog y aunque tengo que leerlo del todo, ya te he añadido a mis favoritos.

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